Conejo de Pascua

Conejo de Pascua

¡Y llegó la primavera!

El Sol estaba en su momento justo, llenaba de luz pero no llegaba a molestar. Los jardines de aquel palacete a orillas del Rin lucían perfectos, los pájaros ponían el sonido a la maravillosa escena.

Como no podía ser de otra forma, la vida en Alsacia en primavera se hacía en el exterior; los adultos siempre elegantes dividían sus actividades entre tranquilos paseos y deliciosos manjares degustados lentamente. Los niños jugaban a su aire sin sentirse excesivamente vigilados.

En una de esos juegos infantiles, un niño observó como un pequeño conejo escarbaba un agujero lo suficiente grande para esconder algo que tenía al lado pero que no alcanzaba a ver. Se acercó y en cuanto el conejo notó la presencia del niño, salió corriendo abandonando aquella cosa.

Cuando el niño llegó al agujero sin terminar, comprobó que lo que quería esconder el conejo no era otra cosa que un huevo, pero no era un huevo normal y corriente. Era un huevo bastante más grande, más duro pero no tan pesado como aparentaba, pero sin duda lo que más le llamó la atención era que estaba decorado con unas grecas de colores vivos y con motivos florales, dando al huevo un aspecto muy alegre.

Tras unos segundos de indecisión, levantó la vista y alcanzó a ver al conejo perdiéndose por el laberinto de setos. Se metió el huevo en el zurrón y corrió hacia ese laberinto. Nunca se había atrevido a entrar, después de todo, ¡era una laberinto!

Tras los primeros giros en el laberinto ya se dió cuenta que era imposible encontrar al conejo pero continuó corriendo hacía donde creía que el conejo había huido. Cuando las fuerzas le fallaron, se paró a descansar; y ahí le llegó por primera vez la idea de abandonar al conejo y volver con el resto de niños; pero para volver tenía que deshacer los pasos dentro del laberinto y obviamente no se acordaba, era imposible. Tampoco había ninguna señal ni nada que le indicara la salida.

Levantó la vista y vio asomar al travieso conejo tras una esquina. Corrió tras él pero al girar la esquina ya no estaba, pero justo a sus pies había otro gran huevo decorado. Sonrió, metió el huevo en el zurrón y cuando empezaba a andar hacia la primera dirección que se le ocurrió, ¡vio de nuevo al conejo!. Y volvió a correr, volvió a perderle pero de nuevo otro extraño huevo.

Y así estuvo durante unos buenos dos minutos, llenando el zurrón de huevos. Hasta que de repente consiguió salir del laberinto, había sido guiado por el conejo hacia la salida. Allí le esperaban el resto de niños, a los que fue imposible convencerles de que un conejo travieso le había ayudado a salir, y lo que era más complicado, ¡le había estado dando huevos gigantes y decorados!

Carlos

Un conejo muy particular escondiendo Huevos de Pascua – Trinidad –
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